ÁNGEL R. VILLARINI JUSINO, PH. D.

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mi concepto de filosofía:

la filosofía como interpretación de interpretaciones

Ángel R. Villarini Jusino, Ph. D.

Universidad de Puerto Rico

Organización para el Fomento del Desarrollo del Pensamiento

 

 

 

“A decir verdad, no hay mas que una ciencia;

y ciencia no es más que interpretación.

Hagamos lo que hagamos, nunca, en la cantidad

determinada de razón de que nos han provisto,

nunca llegaremos a otra cosa que interpretar,

mejor o peor, el orden de la naturaleza.”

                                Eugenio María de Hostos[1]

 

Abordamos el tema de este trabajo, no desde una perspectiva meramente académica, sino desde nuestro interés en una tradición filosófica con la que nos identificamos conceptual y afectivamente y que puede llamarse humanista-critica-emancipatoria; tradición que en Latinoamérica funda Eugenio Maria de Hostos.

 

Los humanos somos seres de tradiciones, nos alimentamos de ellas, nuestra vida cobra significado y dirección gracias a ellas. Pertenecer a una tradición es sentirse parte de un proceso histórico que nos trasciende, es reconocer que nada importante se construye en una generación, y que el logro de las grandes aspiraciones sólo se da en el relevo de las generaciones, que trabajando sobre un mismo objeto y  a la luz de un ideal, van entendiendo mejor su realidad y el ideal y el modo de aproximar el uno al otro.

 

Una tradición es un logos, o mejor un diá-logo, del que nos sentimos parte; es una comunidad de interpretación que se sostiene en espacio y tiempo. La tradición es un interlocutor sobre la experiencia del cual elaboramos nuestras propias interpretaciones. La claridad, sistematización, y comprensibilidad y sólida fundamentación de ésta nos sirve de trampolín para elevarnos a una a un nivel superior de experiencia y teorización. Al hacer la lectura de una tradición e identificarnos con ella, no podemos menos que tratar de emularla y superarla. Decía el gran educador Pablo Freire “la mejor manera de entenderme es superarme”.

 

Apelar a una tradición es remitirnos a una colectividad de la que somos parte; es reconocernos miembros de una comunidad intelectual que queda convocada al nombrarla. E s reconocer que no se trata de un proyecto capricho individualista, es dar legitimidad a nuestros esfuerzos.

 

La filosofía como interpretación de interpretaciones.

 

Desde esta tradición, entendemos la filosofía como una de las forma de conciencia, es decir del ser humano mediar su relación, de apropiarse, la realidad, mediante su interpretación, surgida para satisfacer intereses y propósitos emancipatorios en determinados espacios sociales e históricos.

 

La filosofía se elabora, en cuanto saber informal, como parte del proceso de desarrollo cultural mismo al que accede toda persona y que expresa un nivel comprensivo de interpretación de la realidad. En este sentido se habla de la “filosofía de un pueblo”, que viene a ser su “visión general del mundo” o “cosmovisión”. Formalmente se elabora cuando surgen la escuela, la academia, la universidad, y con ello los especialistas, la comunidad de los filósofos, para constituirse en disciplina que define su objeto y método mediante categorías especiales.

 

La filosofía construye una interpretación de interpretaciones de la realidad en general o de de aspectos de ella, que combina cuatro actividades íntimamente relacionadas tras la cuales se persiguen determinados propósitos, tanto teóricos como prácticos.

  

 

En primer lugar, frente a saberes parciales, informales o formales, que son parte del capital cultural de una comunidad (la del pueblo o la de los especialistas), la filosofía integra saberes en torno a un asunto para producir una interpretación multidimensional integrada que de cuenta de su realidad total, o de un aspecto de ella, en toda su complejidad y organicidad. La filosofía es enemiga del reduccionismo, de las visiones parciales y unilaterales diacrónicas o sincrónicas. Por eso su desarrollo es lucha constante contra estas tendencias. Aunque los filósofos han sido clasificados muchas veces en idealistas o materialistas, todos intentan en una forma u otra superar tales dualismos y construir interpretaciones omnicomprensivas que integren o que, al menos, tomen en cuenta todos las interpretaciones.

 

Por eso la filosofía ha supuesto, casi siempre, como punto de partida un saber enciclopédico, ya sea formal o informal,  y suele ser la culminación de la combinación integral de perspectivas. Hubo una época histórica cuando aún no se habían desarrollado como disciplinas los saberes científicos, que hoy conocemos, en la cual la filosofía los sustituía o se colocaba como la interpretación metafísica que los coronaba o unificaba porque tenía como objeto una realidad que los trascendía. Con la modernidad se  tiende a reconocer que la filosofía no interpreta la realidad, que no tiene objeto real propio de investigación. Su tarea es interpretar las interpretaciones que otras disciplinas generan, incluyendo las suyas,  y con relación las cuales ella sintetiza, critica, proyecta, y justifica.

 

En relación con nuestra interpretación acerca de la naturaleza de la filosofía, vale la pena citar a  Hostos;  en su Tratado de Lógica comenta que la Filosofía es “el estudio de las causas en virtud de las cuales las cosas todas son como son”; un “estudio que abarca a todo otro estudio, cualquiera que él sea, siempre que su objeto es la averiguación o indagación del por qué de una cosa.”[2] A partir de esta idea general, Hostos advierte que “ha cambiado la noción o concepto fundamental de lo que es la Filosofía” pues ya no estudia las causas primeras, que contrario a lo que pretendía la metafísica no pueden ser conocidas, sino las correlaciones de las causas y los efectos. “Ahora –afirma- la Filosofía se funda en el estudio de las ciencias positivas.”[3]

 

A modo de ejemplo, el problema de la relación entre cuerpo y alma. Hoy día no puede legitimante construirse interpretaciones sobre este tema como lo hacían los antiguos, es decir,  sobre la base de los saberes que existían en esa época. Hoy día cualquier intento de dar respuesta a esta pregunta tiene necesariamente que contar con las interpretaciones generadas desde las neurociencias. Pero la filosofía, partiendo de éstas, busca interpretaciones más comprensivas, integrales y coherentes, que incorporan perspectivas históricas, sociales, políticas, etc. Examinar críticamente las diversas interpretaciones dispersas e integrarlas en una interpretación clara y coherente, hasta donde ello es posible.

 

Es en este contexto que tiene que entenderse la crítica que hace Hostos a la filosofía. Como él lo dice recordando a Kant: “¿Está el nuevo ideal en una nueva filosofía? La filosofía no podrá divorciarse jamás de la metafísica, porque ésta no es en suma otra cosa que la operación  espontánea  de las facultades intelectivas en su busca del absoluto que las atrae, y la ciencia experimental demuestra la inanidad de esa operación secreta del espíritu humano.”[4] 

 

Ya para 1874 Hostos ha definido en términos generales lo que será el núcleo de su orientación filosófica: una síntesis de las ideas de Kant, Comte, Krause y Proudhon:

 

"En las altas regiones, que pese a la historia aduladora y a los aduladores de la fuerza y del poder, son las regiones del pensamiento, divagan los embriones de un ideal de la humanidad, deber en Kant, conciencia en Krausse, justicia en Proudhon, humanismo en Comte, nivelación por la posesión, por la felicidad o por el placer en los reformadores, libertad-igualdad-fraternidad en los secuaces de la vieja revolución; pero ese ideal en embrión, que la filosofía funda en una síntesis de todos los fines humanos bajo la norma del deber, de la conciencia o de la humanidad como única religión positiva; que las ciencias físicas y naturales bosquejan en la exclusiva indagación de las leyes de la materia como única realidad y única verdad; que la sociología contornea en la ley del movimiento mecánico de las sociedades; que el socialismo sentimental busca en una reforma empírica de los males que aquejan la vida colectiva; que el sentimiento espera ver reaparecer en una nueva revelación mística; ese ideal está en embrión. Descomposición de las religiones positivas; putrefacción de las ideas tradicionales; pruebas experimentales de la ciencia; curso ciego del movimiento social; ineficacia de las reformas a priori… todo denota la insuficiencia de los antiguos ideales, la necesidad del advenimiento de otro más conforme con nuestros nuevos horizontes intelectuales, con las afirmaciones científicas que aprecian y comprueban la razón y los sentidos.”[5]

 

En armonía con el rechazo kantiano y positivista de la metafísica o la ontología fundada en ella, para Hostos los principios últimos de la realidad, que para él es tanto la realidad física como la espiritual o mental y cultural, son parte de la ciencias positivas, de su parte “especulativa”. En cada ámbito de la realidad rigen principios o leyes que la interpretan como orden y que son objeto de estudio de la parte especulativa de dicha ciencia; así por ejemplo en la sociología la socionomía.

 

Desde esta perspectiva, la interpretación de interpretaciones más omnicomprensiva que puede elaborarse es lo que podemos legítimamente llamar “ontología”. Por ende, si podemos hablar de una ontología hostosiana ésta consiste de las leyes más generales en torno a la realidad material que se construyen en un proceso interpretativo que parte de la intuición a la inducción, a la deducción y culmina en la sistematización. Estos principios generales contestan a las preguntas sobre la naturaleza de la realidad, que para Hostos equivale a su orden, es decir,  su origen genético, su estructura, procesos, funciones  y finalidad.

 

La ontología estudia las condiciones de posibilidad más generales de existencia de los entes y corresponde a la parte abstracta de las ciencias. Pero sus condiciones en el sentido de percibidos y conocidos. Las categorías ontológicas generales no representan pues los principios o causas “últimas” o “primeras” de la realidad, sino las categorías más generales de nuestro modo de interpretar la misma, de conocerla. Y estas categorías no pueden elaborarse a priori, como quería Kant, sino que surgen como inducciones, deducciones y sistematización de la razón a partir de lo dado en la intuición.

 

Hostos afirma categóricamente que:

 

“Para mí, la naturaleza es una, absolutamente una; y los sobrenombres con que la apodamos (naturaleza física, naturaleza moral, etc.), son meras distinciones, no entre una naturaleza y otra naturaleza, como creemos, sino, del mismo orden universal. En dos palabras: Naturaleza no es nada para mí, ni siquiera una palabra, porque yo no admito palabra sin sentido, sino es un orden del cual se deriva necesaria y lógica y esencialmente, todo, pero todo, todo, absolutamente todo.

Ahora bien: pudiendo todo orden abrazar subórdenes, que a su vez abrazan los fenómenos menos semejantes en apariencia, los hechos más discordantes a primera vista, las realidades más dispares, la naturaleza, orden por excelencia, el orden único, abraza de raíz todos los subórdenes relativos a los fenómenos, hechos y realidades físicas, morales, intelectuales.”

Así, si hay un orden natural, es porque todas las realidades dé este orden están subordinadas al orden esencial de la naturaleza; si hay un orden intelectual, es porque todas las realidades de ese orden están subordinadas al orden esencial de la naturaleza; si hay un orden social, es porque las manifestaciones todas de ese orden son derivaciones del orden por excelencia, de la naturaleza.

La naturaleza, el orden de naturaleza, es, pues, lo que estudiamos, lo que tratamos de conocer, cuando estudiamos un orden cualquiera de hechos.”

 

En otras palabras la naturaleza,  de la que se ocupa la ontología,  no se refiere  sino al orden más general de interpretación con relación al cual toda realidad menos general adquiere sentido al verse como parte de un sistema.

 

Queda claro que para Hostos naturaleza no se refiere meramente a lo físico sino a la realidad, al ser mismo en cuanto puede ser conocido. Ser = orden = naturaleza. Todo aquello que es, lo es porque es orden. Como es orden de él puede haber una ciencia, en tanto y en cuanto ésta enuncia mediante leyes ese orden. Por otro lado ese orden se manifiesta empíricamente, fenomenicamente, y a partir de esa manifestación, es inferido, como explicación de lo manifestado. La ciencia avanza a través del pensamiento (intuición, inducción, deducción, sistematización) desde lo fenoménico a lo esencial, es decir al orden del orden; de las partes al todo.

 

La posibilidad misma de la ciencia viene dada porque interpretamos que existe un orden en las cosas mismas como su condición de posibilidad. Por eso Hostos, por ejemplo, comienza su tratado de moral, estableciendo su posibilidad como ciencia, argumentado que 1) remite a un orden o naturaleza y 2)  ese orden se expresa en fenómenos registrables empíricamente a partir de los cuales puede ser inferido:

 

“Lo que más importa al empezar un estudio razonado de la moral, es averiguar si hay algún orden distinto del orden físico que se manifiesta en una naturaleza distinta de la física. Para hacer esta indagación es, ante todo, necesario demostrar que el orden no-fisico, en que hemos de fundarnos para inducir las leyes que lo rigen, es un orden que se manifiesta de una manera visible, patente y demostrable, en una naturaleza o conjunto de realidades que no es la observada y experimentada por las ciencias cosmológicas.” [6]

 

Para Hostos existen pues dos grandes realidades, las físicas o cosmológicas y las espirituales o como diríamos hoy mentales-culturales. Lo que distingue a estas últimas es que son resultado del obrar humano, de su entendimiento, sensibilidad y voluntad de actividad.

 

Desde esta perspectiva, los valores son como leyes que rigen los fenómenos morales. Si las leyes físicas explican la constitución de las realidades materiales, los valores son como leyes “espirituales” que explican las realidades morales. Si las leyes físicas con necesarias para que existan los objetos físicos, no menos necesarias son las morales para que existan los objetos morales, ideal o fácticamente. En este sentido es que podemos hablar de la objetividad de los valores y de la moral. La moral pues sería objetiva porque: 1ro. remite a un orden ideal, que existe en sí mismo con independencia de que la fuerza de la conciencia lo haga fáctico; 2do. remite a un orden que se hace fáctico en el comportamiento humano a través de la conciencia y el carácter moral y a lo largo de épocas y culturas.

 

Ahora bien, las interceptaciones de interpretaciones, es decir de síntesis integral y comprensiva, que construye la filosofía se caracterizan porque son producto de sus otras tres actividades. Esto significa que la filosofía es autocrítica, somete a crítica sus propias interpretaciones de síntesis. Implica también que elabora  síntesis integradoras con un carácter creativo y proyectivo, es decir que van más allá de las interpretaciones existentes y apuntan a tendencias inferidas a partir de ellas pero elaboradas gracias al punto de vista omnicomprensivo en el que se coloca. Finalmente las interpretaciones de interpretaciones elaboradas crítica y creativamente, sirven para construir argumentos a favor o en contra de determinadas teorías o prácticas, como las éticas, las políticas y las formativas  en general. Estas se caracterizan epistemológicamente porque no pueden fundarse directamente en la demostración científica, pues descansan en valoraciones que encuentran justificación o legitimación en la argumentación o persuasión racional.

 

La filosofía tiene una pretensión de universalidad, es decir de que sus interpretaciones, aunque se reconocen como surgidas de lo particular, lo trascienden constituyendo un cosmos de sentido valido, por su carácter sintetizador y critico, para una comunidad general.

 

En segundo lugar, la actividad filosófica, es crítica de interpretaciones; otra forma de interpretación de interpretaciones. Es el pensamiento crítico que se vuelve sobre sí mismo, autoconciencia,  con el propósito de evaluar sus propias construcciones en torno a un asunto[7]. Históricamente reconocemos cinco formas de evaluación crítica de interpretaciones que ya hacen acto presencia en la filosofía y sofística griega. (1) la evaluación lógica que examina la claridad de los conceptos y si éstos se combinan en forma coherente en el discurso. (2) la evaluación epistemológica, es decir si la que examina si lo que se afirma como conocimiento o interpretación se sostiene como válido con relación a criterios establecidos por la comunidad de expertos. (3) la evaluación de interpretaciones en relación al contexto histórico cultural en que se construyen y que busca determinar en qué medida éstas tiene un sentido a partir y más allá del contexto en que se producen. (4) la evaluación de interpretaciones en términos de los intereses, valores, relaciones de poder de las que son portadoras; evaluación que busca determinar en qué sentido y medida benefician o perjudican intereses que están en juego en cada situación interpretativa. (5) la evaluación de la interpretación en comparación con otras; evaluación que coloca en situación de diálogo a las diversas interpretaciones en torno a un  mismo  asunto, para determinarla en su identidad y diferencia.

 

Esta dimensión critica de la interpretación de interpretaciones que es la filosofía se manifiesta en la “filosofía popular” en refranes como: “Todo es del color de cristal conque se mira”. O aquel otro: “El amor y el interés se fueron de paseo un día, pero más pudo el interés que el amor que te tenia.”

 

Tercero, la filosofía en cuanto interpretación de interpretaciones, es actividad proyectiva, creativa, que trasciende los saberes existentes en torno a un asunto. “Especula”, no fantaseando, sino que construye ideales a partir de las síntesis que elabora y de su actitud critica y justificadora para proponer lo inédito, lo virtual, y lo utópico como posibilidad humana; siempre reconociéndolo como tal para no incurrir en ideologizaciones. La interpretación filosófica nos habla entonces de ideales, de deberes, de valores, que nos permiten criticar lo presente para trasformarlo. Decía José ingenieros al respecto:

 

“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala: si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte; fría bazofía humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. 

La  evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el nítido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales.  Un  hombre,  un grupo  o  una  raza  son idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles.”[8]

 

La dimensión creativa-proyectiva de la interpretación característica de la filosofía se manifiesta en la “filosofía de un pueblo” en su capacidad para imaginar y moverse a actuar bajo el ideal de otros mundos posibles, como vemos en los movimientos milenaristas, o el atractivo que han tenido interpretaciones  como las contenidas en el Nuevo testamento o el Manifiesto comunista.

 

Cuarto, la filosofía es justificación o legitimación de interpretaciones mediante procesos argumentativos y retóricos persuasivos sobre aspectos de la realidad no sujetos a la demostración científica. Si la ciencia nos persuade apelando a explicaciones, la filosofía lo hace construyendo argumentos que apelan a un conocimiento común, a la tradición de la comunidad del pueblo o de los intelectuales del caso , en el que se combinan experiencias, vivencias, memorias, intereses, valores, para constituir una interpretación tácita del mundo o de un aspecto del mismo. A partir de ese suelo común la filosofía  establece premisas de las cuales por inferencia lógica nos vemos conducidos a aceptar determinadas conclusiones. Esta actividad argumentativa persuasiva ayuda a constituir la realidad misma porque la realidad cultural sólo es tal si es reproducida y sostenida por la conciencia de las nuevas generaciones. Esta interpretación de la realidad sostenida como la “lógica” o legitimada puede funcionar como la interpretación  más adecuada de la realidad accesible para una comunidad en un momento de su desarrollo histórico, o como una ideología distorsionadora de la realidad para satisfacer determinados intereses  de unos sectores sociales frente a otros.

 

A modo de ejemplo[9]: Las realidades naturales (materiales) son fácticas en sí mismas; es decir la naturaleza es un orden cuya realidad fáctica subsiste por sí misma y no depende  para nada de la sensibilidad, voluntad o acción humana. Las realidades morales (o las humanas en general), en cambio, sólo existen por sí mismas idealmente. Para hacerse fácticas requieren de la sensibilidad, la voluntad y la acción humana, es decir de la conciencia. El valor establece la norma a la que debe conformarse la actividad humana para que traiga a existencia fáctica un ideal o bien moral. Las realidades morales son bienes que resultan de un entramado de valores que las sostienen. Cuando en nuestro comportamiento asumimos dicho entramado de valores, entonces las realidades morales, hasta entonces meras realidades ideales, advienen realidades fácticas. En la conciencia los valores se han encarnado, es decir subjetivado y con ello han adquirido el poder de afectar el orden real del mundo, es decir de las relaciones humanas; de los seres humanos entre sí, consigo mismos y con la naturaleza. [10]La conciencia y los valores se construyen, pero no arbitrariamente sino sobre la base de unos ideales de relaciones humanas surgidos históricamente y concebidos y deseados como formas de perfeccionamiento humano. La conciencia moral es una fuerza; porque puede operar sobre el comportamiento humano a través de los valores que se convierten en deberes y virtudes.

 

En este proceso la filosofía popular juega el papel decisivo de persuadir a las nuevas generaciones en la adopción del sistema de valores propio de su comunidad cultural como forma de vida buena en la que se inician los “niños buenos.” De este modo la filosofía, persuadiendo y, con ello, construyendo la conciencia, se convierte en un mecanismo de poder engendrador de realidad humana. Históricamente esta función se ha cumplido a través de cuatro actividades formativas de lo humano, de aquí la estrecha relación de la filosofía con ellas: la psicología, la moral, el derecho y la educación.

 

En resumen, la filosofía es una forma de interpretación sintética, creativa-proyectiva, crítica y justificadora  de interpretaciones, que nos ayuda a entender y trasformar la relación de mediatización lingüístico-cultural en que estamos con la realidad. La aspiración última de la filosofía es precisamente trascender lo inmediato, elevarse a la sistematización en forma crítica, creativa, para legitimar la historia, las estructuras y los proyectos humanos y promover su cambio. En este sentido la filosofía, por su carácter reflexivo, sintetizador, creativo, critico y legitimador, no es sino la expresión más compleja y efectiva de la conciencia humana apropiarse la realidad.

 

Ahora bien, aplicando a sí misma su actividad crítica, la interpretación filosófica se reconoce como tal interpretación y, por ende, reconoce está inserta en contextos histórico-culturales y relaciones de poder y que por ello su actividad sintetizadora, creativa-proyectiva y legitimadora puede tener por efecto servir intereses de la dominación o la emancipación, es decir del control (heteronomía),  o de la autonomía; de la alineación o la apropiación de la realidad; de la reproducción o la transformación de la sociedad. En este sentido pueden reconocerse, por sus efectos de poder, dos grandes corrientes en la historia de la filosofía, las filosofías liberadoras y las ideologizantes (en el sentido señalado por Carlos Marx en la Ideología alemana).

 

Desde esta concepción de la filosofía que aquí hemos esbozado, la filosofía de la educación no puede ser sino un saber de síntesis de interpretaciones sobre aspectos o la totalidad del fenómeno educativo, en cuanto fenómeno antropológico, biopsicosocial, histórico-cultural, ético-político, comunicativo, epistemológico y pedagógico. Estas síntesis permiten conocer el objeto educativo en toda su complejidad y sirven de fundamento a la elaboración de propuestas educativas para organizarlo formalmente. Por otro lado, la filosofía educativa se ocupa de la crítica del lenguaje de la educación y de las prácticas e instituciones educativas en general desde valores lógicos y ético-político.

 

Finalmente, la filosofía educativa, creativa y proyectivamente construye ideales, visiones y metas educativas sobre las finalidades de formación humana plena individual y colectiva a las que debe servir la educación en tanto que actividad que puede estar al servicio de la dominación o la emancipación.[11] En esta corriente de la  filosofía de la educación de carácter liberador se inscribe nuestro trabajo.

 

 



[1] de Hostos, Eugenio María (1969) Obras Completas. Tomo XIV. Hombres e ideas. San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña

[2] de Hostos, Eugenio María (1969) Obras Completas. Tomo XIV. Tratado de lógica. San Juan, Puerto Rico: Instituto de Cultura Puertorriqueña.

[3] Ibíd. No nos interesa en este trabajo comentar cierto distanciamiento nuestro frente a lo que podemos llamar la “epistemología positivista crítica” de Hostos, que resulta de la fusión de los cuatro autores que se mencionan a continuación.  

[4] de Hostos, Eugenio María, “La situación de Europa. Carta de Eugenio María de Hostos” en Talleres Revista del Puerto Rico Junior College Vol. 5 Núms. 1-2, 1989.

[5] Ibíd.

[6] de Hostos, Eugenio María (1969) Obras Completas. Edición crítica. Volumen IX. Filosofía, Tomo I. Tratado de moral. San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.       

[7] Villarini Jusino, Ángel R. (2001) Teoría y práctica del pensamiento sistemático y crítico. San Juan, Puerto Rico: Biblioteca del Pensamiento Crítico

[8] Ingenieros, José (1992) El hombre mediocre. México: Editores Mexicanos Unidos

[9] Villarini Jusino, Ángel R. (2004) Desarrollo de la conciencia moral y ética: Teoría y práctica. San Juan, Puerto Rico: Biblioteca del Pensamiento Crítico

[10] La conciencia es para Hostos el órgano por el cual lo bello, lo bueno y lo verdadero se hace efectivo en la vida, es por ende, más que una capacidad de representar, la “capacidad de producir” (Tratado de moral, op. cit.) Sobre la relación entre la conciencia moral y los valores, debemos aclarar que no se trata de que la conciencia exista primero para luego apropiarse los valores. La conciencia nace del proceso mismo de apropiarse -construir dichos valores.; del mismo modo que el pensamiento nace en el proceso mismo de construir el conocimiento. Esto implica que la conciencia moral nace al calor, por ejemplo de relaciones como la amistad, en la que aprendemos a ser honestos.

 

[11] Ver al respecto: Villarini Jusino, Ángel R. (1987) Principios par la integración del currículo. San Juan, Puerto Rico. Departamento de Instrucción  Pública. (1997) El currículo orientado al desarrollo humano integral.  San Juan, Puerto Rico: Biblioteca del Pensamiento Crítico

 

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